Después de un día extenuante y estresante, lleno de contratiempos, lo único que quería hacer era llegar a casa a descansar.
Salí de la oficina, de noche, algo malgeniado por el mismo cansancio y cuando iba a prender la moto me fijé en algo que se movía en el piso. Parecía un bicho pero, no era uno cualquiera, era blanco y se movía a gran velocidad, casi como una cucaracha, pero no podía serlo pues tenía un color blanco intenso.
No importó el cansancio, ni la pensadera en todo lo que había pasado mal en el día, tenía que saber que era aquello que se movía.
Me acerqué y a medida que lo hacía aquel bicho blanco y veloz se alejaba.
Pude verlo de cerca y al notar lo que en realidad era, todo el estrés, el malgenio y el cansancio se desaparecieron mientra soltaba una carcajada.
Ahí en medio de la calle, al tiempo que las personas miraban como preguntadose: ¿Qué le pasó a esta gueva que se ríe solo?
¿La razón? aquel bicho blanco no era más que una cucaracha común con un popó inmenso de pájaro encima y corriendo por toda la calle.
Me puse a pensar que tan de malas tiene que ser uno en la vida para que un popó de pájaro, que a escala de la cucaracha debió ser una cagada muy «hijueputamente» grande, le cayera encima a ella y no a la enorme cantidad de espacio que debió tener aquel pájaro para cagar.
El estrés, el cansancio y el malgenio se me quitaron al ver a la pobre cucarachita con esa mierda encima, y en agradecimiento por el rato ameno que pasé ahí riéndome sólo, como una gueva, la dejé vivir.
Ahora, cada que me sienta como el de peor suerte en el mundo por lo que me pueda pasar en el día, me acordaré de mi amiga la cucaracha blanca. Por más mierda que sea mi día, no creo que pueda ser tan mierda como el de ella.
Y ya, les quería contar mi historiecilla.
Tamañana!
